Las pancartas azules y amarillas que ondeaban por toda Corea del Sur mostraban a una joven de 17 años de ojos dulces y un cuidado corte de cabello bob, con una sonrisa congelada en el tiempo.
Las letras rojas junto a su retrato gritaban con una urgencia que nunca se apagó en un cuarto de siglo: “¡Por favor, ayúdenme a encontrar a Song Hye-hee!”.
Tras su desaparición en una noche de invierno de 1999, su padre, Song Gil-yong, hizo de su búsqueda el trabajo de su vida. Mientras viajaba por el país colocando pancartas y sustituyendo las que se habían descolorido con el sol y la lluvia, su rostro se fue arrugando y curtiendo.
Las pancartas, cada una aproximadamente del tamaño del largo de un automóvil, se extendían por las aceras mientras los trabajadores de oficinas pasaban por su lado. Al anochecer, captaban el reflejo de las farolas y los letreros de neón.
“Siempre tuvo la esperanza de que estuviera allá afuera, en alguna parte”, dijo Na Joo-bong, de 67 años, presidente de una organización nacional para niños desaparecidos en Corea del Sur y uno de los confidentes más cercanos de Song. “Tenía un deseo: tomarla de la mano algún día”.